Cuando asignamos un calificativo o etiqueta a nuestra persona u otras personas (lento, desordenado, malo en la escuela, mala memoria, el bufón, depresivo, apático, callado, travieso, tímido, callado, desesperado, hiperactivo, comelón, desastroso, escandaloso, grosero, etc.), estamos limitando nuestra capacidad de ver el potencial que nosotros o esa otra persona tiene, mucho más allá de lo que que estamos "observando".Todos los juicios que emitimos y calificativos, mejor conocidos como "etiquetas", son parte de nuestras creencias, nuestra herencia familiar, educación (en casa y en la escuela), nuestra cultura, religión, y por supuesto de nuestros miedos generados por las experiencias de vida de nuestra familia y de nosotros mismos. Todos los eventos enlistados anteriormente son algunos de los que nos llevan a pensar que "sabemos" cuál es la mejor manera en la que otros deben ser, pensar y funcionar. El científico y humanista Humberto Maturana dice: "Si me nombras, me niegas. Al darme un nombre, una etiqueta, niegas las otras posibilidades que yo podría ser." Con esta afirmación se entiende que en el momento que etiquetamos a alguien con un calificativo "negativo o positivo" (ambos limitan a la persona), estamos diciendo "NO" a lo que esa persona ya ES, y de alguna manera la estamos orillando a que piense y se comporte de la manera que nosotros queremos y pensamos, lo cual lleva a la persona a "esconder" su individualidad. Al negar la indiviudalidad de una persona, en este caso de nuestros hijos (a los que decimos amar profundamente, pero los anulamos), limitamos el potencial que ellos tienen por naturaleza, bloqueamos la confianza y respeto para con nosotros y eliminamos la posibilidad de conocerlos y relacionarnos con ellos de manera libre y espontánea.Asignar etiquetas no solamente daña el autoestima de la persona, también la limita desde el momento en que hace suya esa etiqueta. Antes de llamarte a ti mismo, a tus hijos o a cualquier otra persona con un calificativo, reflexiona si realmente deseas que esa sea tu realidad de vida o la del otro. Piensa más bien si en lugar de juzgar, podrías decir algo como: "Veo que hacer la tarea y estudiar en ocasiones es un reto para ti, dime cómo piensas que lo puedes hacer diferente y cómo puedo yo apoyarte?"; en lugar de destacar que: es flojo, distraído, hiperactivo o malo para la escuela. Permite que tu hija o hijo expresen la emoción que viven cada vez que tienen que sentarse a hacer la tarea (o cualquier otra situación), escucha sus argumentos, dale valor a sus sentimientos (ej., entiendo que no te gusta, que sientes que es difícil, etc.) y después dialoga sobre las alternativas que existen para hacer más armónico el momento de las tareas.No etiquetes sin antes haber conversado y "escuchado" el origen del comportamiento; busca ayudarte a ti mismo o a tus hijos desde lo que está originando el comportamiento en lugar de poner adjetivos inmediatamente. El origen de muchos comportamientos puede ser el miedo, la frustración de no ser escuchado, de ser rechazado y amenazado, y por ende, eso lo llevará a la persona no expresar lo que realmente está provocando el comportamiento.
Piensa y reflexiona antes de hablar...
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